Una fiebre de ti mismo.
Poesía del romanticismo inglés.
Edición bilingüe.
Edición y traducción de Gonzalo Torné.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2018.
Si te lamentas de la juventud, ¿por qué vives?
La tierra de la muerte honrosa
está aquí: ¡encamínate hacia el campo, y
ofrece tu aliento!
Busca -a menudo menos buscada que encontrada-
la tumba del soldado, será lo mejor para ti;
después mira alrededor, y elige el terreno,
y entrégate al descanso.
Así termina, en la traducción de Gonzalo Torné, el que probablemente fue el último poema de Lord Byron, Hoy he cumplido treinta y seis años, fechado en Missolonghi el 22 de enero de 1824.
Es una nueva oportunidad de acercarse a los textos más representativos de cinco poetas –Worsdworth, Coleridge, Byron, Shelley y Keats- que siguen siendo la juventud más joven de la poesía occidental, nos siguen pareciendo eternos adolescentes instalados en una permanente rebeldía, en una defensa de la libertad frente a la norma, de la estética frente a la ética, de la creatividad imaginativa frente a la imitación mimética.
Cinco poetas imprescindibles que desde distintas tonalidades y enfoques, crearon un mundo poético que puso las bases de la sensibilidad contemporánea y de la poesía que vino después de ellos: Worsdworth, el mayor y “probablemente el más relevante”, como señala Torné, porque “transformó para siempre la poesía occidental” desde su sentimiento del tiempo, desde su ensimismamiento y su percepción de la inadecuación entre la conciencia y la naturaleza; el sensato Coleridge, que expresó la misma conciencia del tiempo con contención y comedimiento, con sosiego y cercanía; el rebelde Byron, con su descontrol retórico y su espectacularidad, con su pesimismo inconformista y sombrío entre el lamento y la exaltación; el esquivo Shelley, creador de una poesía de paisajes mentales abstractos y el muerto prematuro Keats, el más joven, con una “hipersensibilidad temporal” y una melancolía que hace que su mirada sea “una especie de acelerador del tiempo” que busca en la poesía y en el arte las respuestas a su angustia.
Narrativos y líricos, dos de ellos -Wordsworth y Coleridge- fueron los poetas de los lagos, respetables y magistrales; otros dos –Byron y Shelley-, satánicos y escandalosos, y Keats, el poeta-poeta, el que murió más joven, a los 25 años, el más claramente tocado por el don de la poesía y la palabra, el que más prestigio conserva hoy entre los poetas.
Inventaron el alpinismo e hicieron del Mont Blanc una cima poética de la que nunca bajaron las palabras, escribieron bajo los efectos del láudano y vieron a Kubla Khan, hicieron poesía –la emoción recordada en tranquilidad– con el lenguaje de la conversación, creyeron en la biografía como obra de arte y mantuvieron un impulso prometeico de rebeldía en una poesía de la mirada y la imaginación, una poesía hecha de búsquedas y preguntas sin respuestas.
En las páginas de esta antología navega a la deriva un viejo marinero alucinado que canta una canción ambigua y opaca, se oye a los pájaros en medio del paisaje de arroyos caudalosos y acantilados abruptos, cruje la escarcha a medianoche, se llora a una joven muerta en un silencio desnudo de sueños, la melancolía se transforma en un himno a la belleza intelectual y hay una música que huye como si viniera de un sueño.
Estos cinco poetas fundamentales, cada uno de ellos con su voz personal, aunque unidos por temas y actitudes comunes y por propuestas estéticas similares, son una representación significativa del universo poético del Romanticismo, de su tonalidad, de su forma de mirar la realidad y el paisaje, de proyectar sus estados de ánimo en la naturaleza.
Santos Domínguez